Raúl Castro generó cierta esperanza cuando sustituyó oficialmente a su hermano Fidel, en febrero del 2008. Casi dos años después, el presidente afirmó respecto a los cambios: "No puede haber riesgos de improvisación y apresuramiento". Desde que en el pasado año 2006 empezó a mandar oficiosamente, Raúl ha hecho retoques en la agricultura cubana, los salarios, pluriempleo o sobre la compra de ordenadores.
Pero, el domingo, el presidente del país vino a decir que ha cundido poco y su ministro de Economía ofreció datos macro: el crecimiento del PIB ha sido del 1,4% (previsto el 6%) respecto al pasado 2008; las inversiones han caído el 16%; las exportaciones, el 22%, y las importaciones, el 37,4%. El precio del níquel, su principal exportación, ha descendido, y Cuba importa el 80% de los alimentos, la mayoría de Estados Unidos.
Casi todo esto trascendió en la reunión del Parlamento cubano, que en el periodo anterior aprobó solo las cinco leyes de los presupuestos gubernamentales y una ley orgánica, la de la Fiscalía Militar. Raúl se pregunta aún por qué no aumenta la productividad de los cubanos. Ante una galopante crisis de liquidez por escasez de divisas, una falta de productividad contundente y una economía agonizante, defendió los planes quinquenales y los métodos de "planificación". Hasta la vía china, que tanto parecía gustarle, es demasiado atrevida.
Y como el cuerpo y el alma que van juntos, a tan modernas, abiertas e incentivadoras medidas económicas el mandatario adosó el ascenso a vicepresidente de su amigo y militar Ramiro Valdés (77 años), que entró en el Gobierno cubano este año y asumió el control de la "batalla de ideas", para encauzar las peticiones de reforma del pueblo. Esa batalla de Castro, reducida a una escaramuza, apunta ahora al rentable enemigo, Estados Unidos (Obama). ¡No vayamos a improvisar!
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