Manto Negro por Dania Virgen García Periodista Independiente

viernes, 14 de mayo de 2010

por Dania Virgen García
Periodista Independiente

13 Mayo del 2010


Después de pasar casi tres días en un calabozo de la Unidad Policial de Guanabacoa, fui sentenciada el viernes 23 de abril en el Tribunal Municipal de San Miguel del Padrón a un año y ocho meses por un supuesto delito de “ejercicio arbitrario del derecho”.

Llegué a Manto Negro, una prisión de mujeres de mayor rigor, a las 6 y 30 de la tarde del viernes 23 de abril. Mi primera semana en la cárcel fue muy tensa. Me encontraba en la Galera Dos del Destacamento 12. En ese destacamento había dos galeras más, cada una con 23 presas. En cada destacamento hay no menos de 63 presas. Muchas están a la espera de juicio o de que baje la petición fiscal. La espera puede demorar de siete meses a un año y más.

Miriam Rondón lleva un año y 4 meses esperando la petición del fiscal. Me contó que estando ingresada en el hospital del Combinado del Este, se declaró en huelga de hambre y los guardias la llevaron a ver a Orlando Zapata Tamayo y le preguntaron que si quería morirse como “ese desgraciado negro”.

La mayoría de las mujeres del Destacamento 12 (y también en los destacamentos 8 y 13, que eran más grandes) estaban presas por malversación y delitos económicos, con sentencias entre 8 y 20 años. Muchas tuvieron que robar en sus centros de trabajo (a veces comida) para poder mantener a sus hijos. A una mujer por robar unos huesos de vaca (que solo servían para sopa) la condenaron por hurto de ganado. Otras estaban presas por hurto, cohecho, receptación y contrabando.

Había casos absurdos e injustos. Una joven que se resistió al acoso sexual de un Jefe de Sector de la Policía. Una cubana-americana acusada de contrabando de oro por viajar a Cuba con sus joyas. Una mujer, acusada de asesinato, que intentó defenderse de unos ladrones que penetraron en su casa y mataron al jardinero. Por algo las presas bromean que la Prisión de Mujeres de Occidente debía llamarse Prisión de Mujeres Inocentes.

La tarde que llegué a la prisión, una presa se cortó las venas en la celda. Estaba sentenciada a 10 meses por vender jabitas de nylon. Hacía dos meses que estaba en la cárcel y tenía problemas mentales. Al lunes siguiente se suicidó. Se desangró por las heridas que se hizo en el pecho y el cuello.

Una mujer acusada de malversación lloraba por sus hijos Beatriz Suárez, (uno de ellos casi ciego) que ahora están atendidos por el estado porque no tienen más familiares. A las reclusas que paren en la cárcel, les permiten tener a sus hijos hasta que cumplen un año, entonces se los quitan y los envían a una guardería infantil del estado.

Supe de muchas presas que sirven de enfermeras. En el hospital no hay suficiente instrumental médico. Hay sólo tres médicos para todo el penal. Es muy difícil que conduzcan a una reclusa para que sea atendida en el hospital. Tiene que ser un caso muy serio.

En Manto Negro la higiene es muy mala. Hay piojos, moscas, cucarachas y mosquitos. Las presas tienen que pedir a sus familiares que les lleven instrumentos y materiales (cloro, lejía) para tratar de mantener la limpieza. El agua entra sólo por dos horas en días alternos. Cuando entra, hay que chupar la manguera para lograr que salga un hilo de agua y llenar tanques y cubos.

La alimentación de las reclusas es pésima. El pan es duro, ácido. La comida sin condimentar, sin grasa, con moscas y otras porquerías. Huevos hervidos de color verdoso, picadillo de soya casi crudo, la supuesta leche del desayuno que parece agua caliente con tierra…    

Desde que llegué a la prisión, fui tratada como si fuera una espía del gobierno norteamericano. Las guardias me hostigaban y me miraban con odio. Según decían, los yanquis me habían enviado para que averiguara y sacara a la luz todo lo que ocurría en la prisión.

Activaron la brigada antimotines porque temían que organizara un disturbio en la prisión. Me vigilaban constantemente, incluso de madrugada. El acoso era peor a la hora de ir al comedor. La Directora y la Subdirectora del penal iban a verme a menudo al destacamento. Por órdenes de ellas, me obligaron a presenciar por TV el desfile del primero de mayo.

Los guardias me arrebataron los papeles que escribí con las informaciones que me daban las presas. Constantemente me registraban los bolsillos. Apenas me permitían utilizar el teléfono. Después de las visitas de mi madre, me desnudaban, me obligaban a agacharme, y me manoseaban la comida que me traía de la casa.

Había presas que tenían órdenes de las guardias de vigilarme. Algunas de las presas que se atrevían a hablar conmigo eran trasladadas a otros destacamentos y no las veía más.

Las guardias le decían a las presas que yo era una disidente y periodista independiente, una peligrosa mercenaria, para intentar virarlas en contra mía, que hubiera riñas entre nosotras, poder encerrarme en celda de castigo e imponerme otra causa.

Cuando me llevaron al tribunal provincial, fui custodiada, como si fuera una terrorista, por 4 guardias, la reeducadora y el mayor de la prisión.

 La apelación fue aplazada hasta nuevo aviso. Salí de Manto Negro la tarde del 8 de mayo, según dice el documento de baja, por “modificación de medida cautelar por variación de circunstancias”. Nadie (ni siquiera los abogados) entiende que es eso, pero tememos tramen algo para volverme a enviar a prisión. Mientras espero lo que pueda suceder, escribo lo que sufrí y sufren las mujeres de Manto Negro.
 

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